Stephen Mansfield Se llamaba Elizabeth Anne Everest. Hoy en día pocos la recuerdan. De hecho, pocos la conocieron durante su vida, la cual terminó casi en el olvido en el año 1895. A fin de cuentas, no era más que una niñera, una de las miles que había en la Inglaterra victoriana y cuyos días transcurrían en silencio mientras cuidaban de los niños de otras personas. Cuando sacaba al bebé a pasear por el parque en su cochecito o cuando enfrentaba las calles de Londres con un niño que se aferraba fuertemente a su falda, nada la habría hecho sobresalir a los ojos de los transeúntes; no era más que otra niñera británica que cuidaba del hijo de algún noble. Al menos eso era lo que parecía. Sin embargo, Elizabeth Anne Everest no era una niñera como cualquier otra. Era una cristiana de las más fervientes y audaces. Para ella ser una niñera no era simplemente un trabajo; era un ministerio. Ella esforzaba por inculcar los principios divinos y la verdad de la Biblia en las pequeñas vidas que estaban a su cargo. Fue así que llegó a tener una gran influencia en el curso de la historia moderna. En un borrascoso día de febrero de 1875, Elizabeth Everest se convirtió en la niñera, y más adelante en la principal influencia espiritual, de un niñito de mejillas rosadas llamado Winston Leonard Spencer Churchill, quien habría de ser el futuro primer ministro de Inglaterra y uno de los más importantes estadistas del mundo occidental. Sin embargo, la infancia del pequeño Winston arrojó pocos indicios de la grandeza que poseería algún día, y la Sra. Everest no tardó en comprender la inmensidad de su labor. Al cabo de un tiempo, la madre del muchacho comenzó a advertirle a los visitantes con un típico eufemismo británico que Wiston era un niño difícil de manejar. Tenía razón. Pegaba patadas, gritaba, golpeaba a los demás y matoneaba. Con frecuencia la gente empleaba la palabra «monstruo» al referirse a él, y para complicar las cosas, era un muchacho listo. Siendo consciente de la fe cristiana de la Sra. Everest, el joven Winston intentó en cierta ocasión escapar a su clase de matemáticas amenazando con inclinarse ante ídolos. Y durante un tiempo dio resultado. Sin embargo, Elizabeth Everest era una mujer excepcional. Sabía cómo hacer respetar lo límites que marcaba, y desde el mismo principio Winston albergaba a regañadientes un respeto por esa mujer que parecía conocer el secreto de que su irritante comportamiento solo tenía por objeto ocultar una intensa ansia de su corazón. Esa era la verdad que ella protegía con ternura, pues sabía que su Señor no le había confiado al joven Winston con el único propósito de imponerle disciplina, sino más bien para llenar el vacío que existía en la vida de ese muchachito solitario. Pocos sabían lo dolorosa que era en realidad su soledad. Sería agradable poder decir que en el hogar de los Churchill reinaban el calor y la intimidad familiares, y que Winston recibía sobredosis de amor paternal, pero no era así. Randolph y Jennie Churchill se entregaban de lleno a sus ambiciones sociales, descuidando de paso a su hijo. Es cierto que, en general, los padres de la era victoriana mantenían una distancia sorprendente con sus hijos, y los recibían solo en momentos concertados de antemano y bajo la atenta mirada de sus sirvientes. No obstante, aun juzgado según esos criterios, los Churchill eran padres muy distantes. Más adelante, Winston escribió de su madre: «Yo la quería, pero a lo lejos». El padre de Winston lo consideraba un retrasado mental, rara vez le hablaba y con frecuencia descargaba su ira contra él. Más de un historiador ha llegado a la conclusión de que el lord Randolph sencillamente aborrecía a su hijo. Fue así que Elizabeth Everest, o «Woom» —como la llamaba Winston—, se convirtió no solo en su niñera, sino en su más estimada compañera, y compartió con comprensión y tierna lealtad los secretos de su mundo en expansión. Años después, hablando de su singular relación, Violet Asquith escribió: «Durante la niñez solitaria e infeliz de Wiston, la Sra. Everest fue su consuelo, su fuerza y soporte, su única fuente constante de comprensión humana. Era el hogar junto al cual secaba sus lágrimas y calentaba su corazón. Era la luz que brillaba de noche junto a su cama. Era su seguridad.» Ella fue asimismo su pastora, pues fue en el refugio de la devoción que compartían que Winston experimentó por primera vez la cristiandad genuina. De rodillas junto a esa afable mujer de Dios conoció el canto del corazón que se llama oración. De sus labios oyó por primera vez las Escrituras leídas con tierna adoración, y quedó tan conmovido que memorizó con entusiasmo sus pasajes predilectos. Mientras daban largas caminatas cantaban juntos los himnos más conocidos de la iglesia, hablaban sin descanso de los héroes de la fe y se imaginaban en voz alta cuál sería la apariencia de Jesús o cómo sería el Cielo. Cuando se sentaban juntos en un banco del parque o sobre una manta de césped fresco y verde, Winston a menudo se quedaba hechizado mientras que Woom le explicaba el mundo en términos sencillos pero claramente cristianos. Y cabe imaginarse que cuando el día llegaba a su fin, aquella fiel intercesora dedicaba numerosas noches a orar por aquel niño, pidiéndole a su Padre celestial que cumpliera con la vocación para la cual ella percibía con tanta intensidad que él estaba destinado. Da la impresión de que sus oraciones fueron respondidas, ya que si bien en los primeros años de su edad adulta, Churchill se metió de lleno en el racionalismo anticristiano que reinaba en aquella época, con el tiempo recobró la fe. Ello sucedió al escapar de un campo de prisioneros de guerra durante la guerra de los Boer en Sudáfrica. Tan grabada le había quedado la fe dinámica de la Sra. Everest, que durante aquel tiempo de crisis las oraciones que había aprendido junto a ella retornaron casi involuntariamente a sus labios, tal como lo hicieron los pasajes de las Escrituras que había memorizado al son de su voz. A partir de ese momento su fe lo distinguió, así como el convencimiento de su misión. Llegó a verse a sí mismo según los mismos términos que empleó en determinado momento para dedicar a su nieto. Sosteniendo al niño en alto, proclamó con lágrimas en los ojos: «Este es el nuevo fiel soldado y siervo de Cristo». Mientras otros dirigentes de su época vacilaban y buscaban las transigencias de los cobardes, Churchill definió los retos de su civilización en términos abiertamente cristianos y que impulsaban a los hombres hacia la grandeza. No obstante, detrás de su arsenal de palabras y de la artillería de sus ideales, se encontraban las sencillas enseñanzas de una consagrada niñera, la cual sirvió a su Dios al invertir en el destino de un muchachito atribulado. Fue por eso que cuando el hombre al que algunos llamaron el más grande de la era, yacía en su lecho de muerte en 1965, a los noventa años de edad, solo había una fotografía a su lado. Era la de su amada niñera, que había pasado a mejor vida unos setenta años antes. Ella lo había comprendido, lo había hecho mejor con sus oraciones y había avivado la fe que marcó el destino de las naciones; todo desde lo oculto de su llamamiento.
0 Comments
Haz clic aquí para obtener una lista actualizada de historias, vídeos, paginas para pintar y actividades para niños.
¡Feliz Pascua! Anna Perlini Era un día de verano particularmente bochornoso. Tras varias horas de viaje, Jeffrey y yo nos sentamos en la sala de espera de una estación de autobuses del norte de Italia donde el ambiente estaba muy cargado. —¿Era necesario que te acompañara? —musitó. ¿Cómo pudo ocurrírseme semejante idea? Alejar de sus amigos a un chico de 14 años y llevarlo a visitar a sus abuelos. ¡No es precisamente el panorama más entretenido para un adolescente! Teníamos que esperar una hora antes de subirnos al autobús en el que haríamos el último trecho. Yo no sabía qué era peor, si el aire viciado de la sala de espera o el ambiente cargado entre él y yo. —¿Quieres un helado? —le pregunté. Eso casi siempre lo arreglaba todo. Esta vez no hubo caso. —No —respondió tajante—, no tengo ganas. Mi chiquillo estaba creciendo. A mí ya se me agotaba la paciencia. —Pues yo me voy a comprar uno. Tomé el bolso y me dirigí a la cafetería de la terminal de autobuses. En el camino le pedí a Jesús que hiciera algo para restablecer la buena comunicación entre Jeffrey y yo. Al volver lo encontré conversando con un chico uno o dos años mayor que él. —Emanuel es rumano —me explicó al presentarnos—, pero habla bien el italiano. Vive en una casa rodante con su madre y sus dos hermanas menores. Hace trabajitos por aquí y por allá para mantener a su familia. Emanuel parecía un joven inteligente y bien educado, y estaba dispuesto a trabajar en lo que fuera, según sus propias palabras. Ambos chicos prosiguieron la animada conversación que yo había interrumpido. Cuando Jeffrey le dijo a Emanuel que había asistido a un campamento de verano en Timişoara (Rumania), a este se le iluminó el rostro. —¡De allí soy yo! —exclamó. Noté que para Emanuel había sido una dicha encontrar un chico más o menos de su edad con el que hablar distendidamente. Además, Jeffrey se interesó mucho en su vida, sorprendido de haber conocido a alguien de su edad que se encargaba de mantener a su madre y sus hermanas. Llegó el momento de despedirnos y subir a nuestro bus. Jeffrey le entregó a Emanuel uno de los folletos cristianos que teníamos para oportunidades así, además de un donativo para su familia. —Mamá —me dijo Jeffrey en voz baja mientras nos sentábamos en el autobús—, eso fue cien veces mejor que un helado. A veces, cuando estamos molestos o desanimados, no hay mejor remedio que preocuparnos por otra persona y ofrecerle ayuda. Anna Perlini es cofundadora de Per un mondo migliore (http://italiano.perunmondomigliore.org/), organización humanitaria que desde 1996 lleva a cabo labores en la ex Yugoslavia. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Basado en los escritos de David Brandt Berg La clave para criar niños felices, bien adaptados y de buen comportamiento es en realidad bastante simple: el amor. Lo que no siempre es tan simple ni fácil es saber cómo aplicar ese amor. A continuación reproducimos diez consejos que sin duda te serán de utilidad. 1. Lleva a tus hijos a aceptar a Jesús. Hay veces en que el amor natural que Dios te ha dado por tus hijos no basta para satisfacer sus necesidades. Les hace falta su propia conexión con la fuente del amor —Dios mismo—, y esa conexión la consiguen aceptando a Jesús. Establecer un vínculo con Jesús es tan sencillo que hasta los niños de dos años son capaces de hacerlo. Basta con que les expliques que si le piden que entre en su corazón, Él se convertirá en su mejor Amigo, los perdonará cuando se porten mal y los ayudará a portarse bien. Luego enséñales a hacer una oración como esta: «Jesús, perdóname por portarme mal a veces. Entra en mi corazón y sé mi mejor Amigo para siempre. Amén». 2. Transmíteles la Palabra de Dios. ¿Qué podría ser más beneficioso para tus hijos que enseñarles a hallar fe, inspiración, orientación y respuestas a sus interrogantes y problemas en la Palabra? «La fe viene por el oír la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). La lectura diaria de la Palabra es clave para progresar espiritualmente. Eso es válido a cualquier edad. Si tus hijos son bastante pequeños, puedes empezar por leerles una Biblia para niños o libros de Historia Sagrada, o viendo con ellos videos basados en la Biblia y explicándoles lo que sea necesario. Sé constante y hazlo divertido. En poco tiempo tus hijos estarán «sobreedificados en [Jesús] y confirmados en la fe» (Colosenses 2:7). Así habrá menos probabilidades de que se descarríen a causa de influencias malsanas o de que busquen respuestas en otros sitios, pues su vida estará fundamentada en el cimiento sólido de la Palabra de Dios. 3. Enséñales a actuar motivados por el amor. Dios quiere que todos obremos bien, no por temor al castigo, sino porque lo amamos y amamos al prójimo. Si tus hijos han aceptado a Jesús y les has enseñado a amarlo y respetarlo, y a amar y respetar a los demás, y vas reforzando esos principios, con el tiempo aprenderán a tener esa motivación. Desde muy temprana edad puedes enseñarles a practicar el amor siendo desinteresados y considerados con los sentimientos y necesidades ajenos. Jesús lo resumió en Mateo 7:12, en lo que se conoce como la Regla de Oro. La siguiente paráfrasis es un estupendo punto de partida para enseñar a los pequeñitos a tener el amor por motivación: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran». 4. Promueve una comunicación franca y sincera. Si tus hijos saben que vas a reaccionar con calma y con amor pase lo que pase, es mucho más fácil que te confíen sus intimidades. Si cultivas una relación de confianza y entendimiento mutuo cuando todavía son pequeños, es mucho más probable que mantengan abierta esa línea de comunicación cuando lleguen a la preadolescencia y la adolescencia, período en que sus emociones y problemas se vuelven mucho más complejos. 5. Ponte en su lugar. Procura relacionarte con tus hijos a su nivel y no esperar demasiado de ellos. Recuerda también que la gente menuda suele ser más sensible que las personas mayores, así que es importante tener mucha consideración con sus sentimientos. Todos sabemos lo descorazonador que es que nos pongan en situaciones embarazosas, que nos ofendan o nos denigren. Si tomamos conciencia de que esas experiencias desagradables pueden ser aún más traumáticas para los niños, haremos todo lo posible por evitarles ese tipo de incidentes. 6. Da buen ejemplo. Sé el mejor modelo de conducta que puedas, pero sin pretender haber alcanzado la perfección. Manifiéstales amor, aceptación, paciencia y perdón, y esfuérzate por practicar las demás virtudes y por vivir conforme a los valores que quieres enseñarles. 7. Establece reglas razonables de conducta. Los niños son más felices cuando saben cuáles son los límites, y esos límites se hacen respetar sistemáticamente, con amor. Un niño malcriado, caprichoso e irresponsable se convierte en un adulto igualmente malcriado, caprichoso e irresponsable. Es, pues, importante que aprenda a responsabilizarse de sus actos. La meta de la disciplina es la autodisciplina, sin la cual un niño se ve en franca desventaja en el colegio, y posteriormente en el trabajo y en la sociedad. Uno de los mejores métodos para establecer reglas es conseguir que los niños mismos ayuden a fijarlas, o al menos que las acepten de buen grado. Requiere más tiempo y paciencia enseñarles a tomar buenas decisiones que castigarlos por decidir mal, pero a la larga es más eficaz. 8. Prodígales elogios y aliento. A los niños les pasa lo que a todos: los elogios y el aprecio los motivan a hacer enormes progresos. Cultiva su autoestima elogiándolos sincera y constantemente por sus buenas cualidades y sus logros. Recuerda también que es más importante y da mucho mejor resultado elogiarlos por su buen comportamiento que regañarlos cuando se portan mal. Si te propones hacer siempre hincapié en lo positivo, tus hijos se sentirán más amados y seguros. 9. Ámalos incondicionalmente. Dios nunca se da por vencido con nosotros ni deja de amarnos por mucho que nos descarriemos. Así también quiere Él que seamos con nuestros hijos. 10. Reza por ellos. Por mucho que te esfuerces y por muy bien que hagas todo lo demás, te verás en situaciones que escapan a tu control o que requieren más de lo que tú puedes aportar. Sin embargo, nada escapa al control de Dios ni supera Su capacidad. Echa mano de Sus ilimitados recursos por medio de la oración. Él conoce todas las soluciones y puede satisfacer toda necesidad. «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17). ¡Que lo disfrutes! Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Joyce Suttin
Tenía ocho años y estaba aprendiendo a ser diligente en los pocos quehaceres que me habían asignado. Me crié en una granja que se dedicaba a la cría de ganado ovino cerca de Pleasant Hill, al norte del estado de Nueva York. Siempre había mucho trabajo, y los cuatro hijos nos repartíamos las tareas. Yo era la más pequeña y estaba acostumbrada a conseguir lo que quería -las tareas más fáciles-, pero mi hermano mayor y mi hermana estaban más ocupados fuera de la granja por aquellos días, y me quedé a cargo de más. Me sentí muy mayor cuando padre me pidió que hiciera algo nuevo. Quería demostrarle lo responsable que era. Aquella primavera había sido particularmente fría, y la época del parto de las ovejas había empezado en medio de una feroz tormenta de nieve. Papá juntó a los corderos recién nacidos y llevó los más delicados a la cocina, y allí dormían en cajas de cartón alrededor del fogón. Acurrucados entre el heno, sobrevivieron las primeras noches. Papá madrugaba y les daba biberones con leche de sus madres. Los primeros días le ayudé con entusiasmo. Me agradaba mucho sentir la primera lana suave y abrigadora color gris marengo. Me encantaba oír los balidos y la gana con que chupaban el biberón que les ponía en la boca. Me encantaba, pues me sentía mayor y útil. Papá quedó complacido. Aprendía a confiar en que lo ayudaría, en que les daría la leche a los corderos sin que tuviera que recordármelo. Vio mi disposición a aprender, y lo tomó como una señal de que estaba creciendo y saliendo de la primera infancia. Me convertía en una niña grande y dejaba de ser la chiquita de la familia. A medida que los corderos se fortalecían y que el tiempo se volvía algo más apacible, papá los fue llevando de vuelta uno por uno al granero para que se quedara con su respectiva madre. Todos estaban bien, menos uno. La mamá de aquella corderita había muerto en la tormenta; papá necesitaba conseguirle una madre adoptiva. Pero primero la ovejita debía fortalecerse. Sus patitas débiles y temblorosas apenas soportaban su peso. Cuando mi padre la levantaba para que se pusiera de pie, la ovejita volvía a desplomarse sobre el heno. Necesitaba pasar más tiempo en la casa y alimentarse más con biberón para soportar la temperatura más fría del granero o para que la aceptara otra madre. Papá se fue a trabajar a las seis de la mañana. Me había pedido que diera leche a la ovejita antes de irme a clase. La noche anterior me había quedado leyendo hasta tarde y apenas si tuve tiempo más que para vestirme y salir corriendo para tomar el autobús del colegio. Y como a las diez, estando en clase de matemáticas, me acordé de la corderita. Después de salir del colegio, corrí desde la parada de autobús a la casa. Encontré a papá barriendo alrededor del fogón. Levantó la vista y preguntó: -Joyce, ¿te acordaste de dar de comer a la corderita esta mañana? Vacilé antes de responder. Agaché la cabeza y contesté: -No, papá. Perdóname. Se me olvidó. -Mi cielo -me dijo con voz queda- también yo lo lamento. La corderita se murió. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y exclamé: -Papá, ¡no lo volveré a hacer! Poniéndome sus manos en los hombros, añadió: -La corderita ha muerto y por mucho que lo lamentes no volverá a vivir. Habrá otros corderos, otras oportunidades. Pero, ¿sabes? Lamentarlo no arregla la situación. Cuando descuidamos un deber, cuando nos olvidamos de hacer algo importante, a veces solo tenemos una oportunidad. Aunque nos arrepintamos, no por ello va a resucitar la ovejita. Fue una dura lección para una niña de ocho años, y nunca olvidé aquella sensación. Me enseñó a cuidarme de lo que no puede arreglarse solo con lamentarlo, en particular cuando sea algo que tendrá impacto en el bienestar y la felicidad ajenos. Nunca podré hacer que vuelva a mi boca una palabra dura, poco amorosa. Nunca podrá vivirse de manera distinta un momento egoísta y desconsiderado. Una palabra amable que podría haberse dicho, podría decirse después, pero no en ese momento ideal en que podía haber hecho el mayor bien. Este día lo viviremos una sola vez. Únicamente tenemos una oportunidad de que salga bien. Jamás seremos perfectos, pero si continuamente nos recordamos a nosotros mismos nuestros deberes para con los demás y en toda oportunidad tratamos de conducirnos con amor serán pocas las ocasiones en que lamentemos sin poderlo arreglar. © La Familia Internacional. Usado con permiso. Curtis Peter Van Gorder
La Navidad es una época muy entrañable. Diríase que un aura extraordinaria ilumina el mundo. Ese día, el nacimiento de Cristo se reconoce en todo el mundo. Aunque la Navidad parezca empañada de materialismo, no deja de llevar a los hogares y corazones el regalo de amor de Dios: Jesús. Y lo hace en mayor medida que ninguna otra fiesta o celebración. Pedí a mis amigos y colaboradores de diversas nacionalidades y orígenes que me ayudaran a confeccionar una especie de collage con sus impresiones de navidades anteriores. Reproduzco a continuación algunos ejemplos de lo que se nos ocurrió. Recuerdo que… …En Nochebuena los niños nos acostábamos temprano, porque nos decían que así «mañana llegaría antes». …Cuando era chiquita, nos sentábamos junto al árbol y los adultos nos contaban anécdotas y nos hartábamos de bombones. …Cuando tenía once años visité por primera vez a mi abuelo. Mis padres y yo habíamos vivido siempre en un país lejano. Durante esa visita nuestro abuelo rezó para recibir a Jesús y Su salvación. Murió poco después, y me alegré de haber tenido la oportunidad de hacerle el mejor regalo de Navidad. …Nos hacían más regalos y nos daban más juguetes de lo que podíamos comprar. Como mis padres eran misioneros, normalmente no tenían mucho dinero para comprarnos regalos. Pero el espíritu generoso que manifestaban a lo largo del año incentivaba a las personas a las que habían ayudado, y estas nos regalaban muchas cosas. En mis primeros años de vida aprendí que cuando nos desvivimos por ayudar al prójimo, el Señor nos da sorpresas y nos lo paga con gestos muy lindos. …En una ocasión me pasé mucho tiempo buscando un regalo para mi madre; tenía muy poco dinero. Finalmente, encontré un collar de prismas de vidrio que ella guardó como un tesoro. La visité cuarenta años después, y todavía lo guardaba con sus alhajas más valiosas. …Cantábamos por el barrio. Mis amigos y yo íbamos de puerta en puerta cantando villancicos. La gente quedaba conmovida. …Enviaba a mis seres queridos tarjetas de Navidad con una dedicatoria escrita a mano. Y ellos también me enviaban. Todos los años expongo esas tarjetas para recordar a los amigos. …Mis padres me leían alguna parte de la historia del nacimiento de Jesús en la Biblia de la familia cada día durante una semana hasta el día de Navidad. …Escuchaba a Celine Dion cantando hermosos y sentidos villancicos. …Participaba en actuaciones navideñas. Todas las navidades son muy emotivas, porque tenemos algo que comunicar. Siempre nos alegra ver la reacción del público. Cada año y con cualquier público, siempre resulta ser justo lo que necesita. …Cada año interpretaba un papel diferente en la obra sobre el nacimiento de Jesús. Unas veces era el humilde burrito, otras el posadero, otras un imponente ángel, otras un pastor asustado, o un majestuoso rey mago o un José orgulloso de ser padre. …Nos reuníamos en la cocina y cada día, del 1 al 24 de diciembre, íbamos arrancando las hojas del calendario de Adviento. …El olor y el sabor del pavo con salsa. …Mis padres hacían que la Navidad tuviera mucho significado. Cantábamos villancicos, leíamos versículos de la Biblia a la luz de la vela, intercambiábamos regalos y nos divertíamos juntos, pero el Señor era el centro de nuestra atención. …Tenía envidia de otros niños a los que les regalaban más juguetes. Pero ahora que lo pienso, ni recuerdo qué juguetes eran. Lo que sí recuerdo con cariño son las ocasiones en que nuestra familia se reunía en Navidad, cómo nos mostrábamos aprecio unos a otros y celebrábamos el nacimiento de Jesús. …Nos sentábamos ante la chimenea a beber chocolate caliente y cantar villancicos en familia. …Recibíamos visitas en casa y compartíamos con ellas la alegría de Navidad. …La satisfacción que sentía cuando se termina el arduo trabajo de Navidad. El tiempo de descansar, pensar en las bendiciones que nos da Dios y darle gracias por el amor que compartimos. ¡Que este año pases una Navidad dichosa en compañía de tus seres queridos y les deje un grato recuerdo! Los niños deben obedecer y honrar a sus padres.
Pídele a Dios que te oriente en la educación de tus hijos.
Tratar a tus hijos con benevolencia y amor.
La paciencia, la misericordia y la verdad son lo más eficaz.
Los padres tienen la obligación de educar a sus hijos y darles buen ejemplo.
Se debe castigar a los hijos cuando lo precisen.
Una formación cristiana les servirá de guía toda la vida.
Basado en un articulo en la revista Conéctate. Foto gentileza de photostock/freedigitalphotos.net No es fácil criar hijos en el mundo de hoy. Muchos de los valores cristianos que quieres inculcarles son objeto de persistentes ataques por parte de personas que tiran en sentido contrario. Te preocupa que aun tus más nobles esfuerzos no basten, y que tus hijos desechen los valores que más significan para ti. Sé que a veces sientes el impulso de arrojar la toalla; pero no lo hagas. Tu interés y desvelo no son en vano. Por mucho que te desvivas, tus posibilidades tienen un límite. Sin embargo, Yo soy capaz de hacer mucho más que tú, y te ofrezco Mi asistencia. Además, entiendo a tus hijos aún mejor que tú y sé la mejor manera de abordar sus problemas. Ansío colaborar contigo para convertirlos en las personas de bien que tanto tú como Yo deseamos que sean. Encomiéndamelos en tus oraciones. Por medio de ellas puedes desempeñar tu función mucho mejor, guardarlos del mal y de influencias malsanas y hallar soluciones a sus problemas. Asimismo, me darás la posibilidad de intervenir para hacer lo que está fuera de tu alcance. Tómate un rato todos los días para orar por tus hijos. Cada vez que te enfrentes a un asunto espinoso, pídeme la solución. Comienza hoy mismo a valerte de la oración para potenciar tus esfuerzos. A fuerza de oraciones se producirán cambios que nunca has creído posibles. Extraído del libro, "De Jesús con cariño, para momentos de crisis". © Aurora Productions. Photo copyright (c) 123RF Stock Photos Victoria Olivetta Después de cuatro años y un viaje en autobús de 44 horas, por fin visité a mi hija y mi yerno y vi por primera vez a mi nieta Giovanna. De inmediato me conquistó el corazón. Es tan linda, tan inteligente, tan activa (que me disculpen otros abuelos, ¡pero mi nieta es la nena más adorable y más linda del mundo! Bueno, seguro que ustedes piensan lo mismo de sus nietos.) Pasé con ella tanto tiempo como me fue posible; quería conocerla y entenderla. Fue asombroso ver que Giovanna era y se comportaba de manera muy parecida a su madre cuando tenía la misma edad. Pero al mismo tiempo, Giovanna tenía sin duda alguna su propia personalidad y estilo. Yo había dado mucha importancia a la educación de mis hijos. Empecé a darles clase a una edad temprana. Mi hija y mi yerno han empezado a hacer con mucho entusiasmo lo mismo con Giovanna. A los veinte meses, Giovanna ya sabe leer un poquito, cuenta hasta veinte, conoce los colores básicos, empieza a reconocer las figuras geométricas y se ha aprendido varios versículos simplificados de la Biblia. Es muy inteligente, pero de todos modos irradia la inocencia de una chiquitina. Un día, mi nieta corría y jugaba un poco alborotada. Velozmente pasó de hacer un ejercicio gimnástico en la cama (cabeza y pies firmemente plantados en el colchón, el trasero hacia arriba, los brazos cruzados formando una A) a caer al piso con un ruido sordo. Se la veía sorprendida, pero no se había hecho un daño grave. Se sentó un momento. En el rostro se le reflejaba una mezcla de sorpresa, incredulidad y vergüenza. Tras recuperarse, se puso de pie. Le propuse orar por ella porque estaba segura de que aquella caída inesperada como mínimo debió de ser un poco dolorosa. Tan pronto terminó la oración, Giovanna abrió sus grandes ojos marrones y recuperó la inconfundible chispa de su carácter juguetón. Separó las manos lista para reemprender los importantes asuntos de su corta vida. Más saltos y juegos. Pocos días después, su padre tuvo que viajar a otra ciudad y ausentarse por dos días, y ella lo extrañaba. Acostumbraba pasar un rato con Giovanna a la misma hora cada día siempre que podía, y a esa hora era cuando más lo extrañaba al estar él de viaje. Un día, la madre de Giovanna le dijo que en vez de estar enojada debía orar por su papá, y rezaron juntas. De inmediato, la expresión de Giovanna se transformó. Dejó de preocuparse y extrañar a su papá, y tuvo tranquilidad y confianza; volvió a estar contenta y juguetona. Su fe sencilla me obligó a reevaluar la mía. Aunque oramos confiados en que Dios responderá (por eso oramos en primer lugar, porque esperamos alguna respuesta), no siempre oramos y de inmediato dejamos de preocuparnos por la situación porque tenemos el convencimiento de que la respuesta ya está en camino. Como Giovanna lo creía, prosiguió su vida tan feliz. La fe de un niño David Brandt Berg Viene bien ser como un niño. Es más, Jesús dijo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mateo18:3), y «dejad a los niños venir a Mí, porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14). Tenemos que ser como niños pequeños: cariñosos, tiernos y de fe sencilla. Los niños son una muestra de los ciudadanos del Cielo. Son como angelitos bajados de la Gloria. Sus vivencias celestiales están aún tan frescas que entienden lo que es la oración y otras cuestiones espirituales mejor que la mayoría de adultos. Hablan con Dios y Él les responde. Es así de sencillo. Lo malo con la mayoría de los adultos es que saben demasiado. Tanta instrucción los ha despojado de su fe de niños. Pero hay muchos que tienen la fe y la confianza de un niño y que a diario hacen cosas que para los incrédulos intelectuales son imposibles. Por eso, sé como un niño pequeño, ¡y tendrás unas experiencias maravillosas! Artículo gentileza de la revista Conectate. Foto © www.123rf.com Para dar a los niños un buen fundamento y prepararlos para la vida es de suma importancia ayudarlos a entablar una relación personal con Dios por medio de Jesús. Conviene que aprendan que Él les tiene un cariño especial; que pase lo que pase, Él siempre estará a su lado, porque los ama. Cuando son chiquitines es muy sencillo llevarlos a aceptar a Jesús como Salvador. Y una vez que lo conocen, disfrutan más y entienden con mayor facilidad Sus Palabras. Desde pequeños, los niños pueden rezar para aceptar la salvación eterna que Dios les ofrece y abrirle a Jesús la puerta de su corazón. Difícilmente puede encontrarse a alguien más sincero y dispuesto a creer que un chiquitín. Por eso dijo Jesús que debemos hacernos como niños para ir al Cielo. Si un niño es capaz de hacer una oración sencilla, ya puede recibir a Jesús. Cuando le haya enseñado quién es Jesús (para ello es estupenda una biblia infantil ilustrada), explíquele: «Jesús quiere vivir en tu corazón. Él te quiere mucho. Quiere ser tu mejor amigo y estar siempre contigo. Si le pides que entre en tu corazón, entrará. ¡Y ya nunca te dejará! ¿Quieres que entre en tu corazón?» Seguidamente haga una pequeña oración para que el niño la repita como buenamente pueda. Aunque él sea muy pequeño y no consiga decir más que la última palabra de cada frase, es suficiente, porque para Jesús lo que cuenta es el deseo del corazón. La oración puede ser algo así como: «Jesús, entra en mi corazón. Creo en Ti y quiero amarte, así como Tú me amas. Perdona mis faltas y dame vida eterna. Amén». Y con eso, Jesús entrará en el corazón del niño, y éste será salvo para siempre. Dios lo ha prometido. A los niños más mayorcitos conviene darles una explicación más completa de lo que es la salvación. Veamos un ejemplo: «Nadie es perfecto. Todos tenemos nuestros puntos flacos, y a veces hacemos cosas que nos apartan de Dios. Pero Él nos quiere tanto que desea perdonarnos y ayudarnos a cambiar. Para ello hizo un gran milagro: pensó un plan muy sencillo para que cualquiera pudiera salvarse. Lo único que tenemos que hacer es aceptar a Jesús. Cuando Él entra en nuestra vida, aparte de ayudarnos en la Tierra, también nos da vida eterna en el Cielo. La salvación es un regalo sensacional que Dios hace a todos los que aman a Jesús y creen en Él. Dios desea que todo el mundo se salve, pero deja que cada uno escoja. Cada uno decide si acepta a Jesús y la vida eterna que Él nos ofrece». Para los padres es una experiencia maravillosa participar en el descubrimiento de Jesús y Su salvación por parte de uno de sus hijos. Extraído del libro "Apacienta Mis corderos: Guía para padres y maestros", escrito por Derek y Michelle Brookes. © Producciones Aurora |
Categories
All
LinksCuentos bilingües para niños Archives
March 2024
|